por Juan Ramón Martínez
Conozco a José Luis Quesada desde hace muchos años. Originarios de la misma ciudad (Olanchito, Yoro, Honduras), somos de generaciones próximas y lazos familiares inevitables, nos obligaron a la gozosa relación permanente. Amigo de sus hermanos mayores, pude ser testigo desde la diferencia de cinco años que nos separaban, de sus afanes por reafirmar su personalidad; establecer relaciones afectivas con su entorno y darle respuesta a su vocación intelectual. Posiblemente por falta de capacidad para identificar a los poetas en ciernes, no pude entender en aquellos años, que la delicadeza en el trato, la sensibilidad para extasiarse ante las exigencias de la belleza y el respeto inmenso por la opinión de los demás, anunciaban al gran poeta en que al correr del tiempo se convertiría quien en aquel momento era conocido en el entorno familiar como Pepe Luis.
Estimulado por las exigencias de la vida, se estableció en La Ceiba, junto a una de sus hermanas. Allí entre el colegio, las amistades de las tardes frente al mar y los primeros amores que le querían desabrochar los botones de la camisa, José Luis Quesada fue redondeando su completo plan poético. Cuando lo invitan a que forme parte de la VOZ CONVOCADA, tras de su timidez, su hablar pausado y su dejo de niño siempre abierto a todas las ternuras, era ya un poeta decidido a serlo en todas las circunstancias y frente a todas las dificultades. Quienes lo conocieron entonces, todavía con los recuerdos de la breve adolescencia que tuvo que sorber a grandes tragos obligado por las circunstancias, recuerdan su orgullo por el oficio poético, su enorme dedicación a la lectura y el estudio de los grandes maestros; y su afán por evitar que cualquiera otra actividad distrajera su compromiso con la poesía. Quienes lo conocemos bien, sabemos que desde el principio Quesada se dió cuenta que tenía que ser fuerte para evitar que las exigencias de la vida, o la obligada obediencia a ancestrales rencores y el ganarse la vida como todos, le arrancara de los brazos de lo que para él era y sigue siendo su inevitable vocación. Y como en su propia familia ha bía tenido la oportunidad de perder a un hermano suyo, dotado para la poesía pero inevitablemente arrancado de sus querencias por las exigencias del dierio vivir, tenía los conocimientos exactos para evitar las trampas de la burocracia, las exigemcias de la comodidad que plantea el materialismo asfixiante o las tentaciones de la bohemia insustancial y mezquina.
Por eso es que Quesada, aun ahora, pasado el tiempo del riesgo de la libertad personal, defiende la superioridad del oficio poético el que, extrañ,amente en la historia hondureña, solo acepta compartirlo con la pintura la que, en los últimos años se ha convertido en una de las formas para procurarse una existencia digna y defender lo que es su vocación fundamental: el trabajo poético.
Adicionalmente, esta visión de compromiso hace de Quesada un hombre que se resiste a la sacralización anticipada o a la deshumanización que el éxito le produce a los seres humanos. Y sin caer en la simpleza de creer que Quesadano se toma en serio -- cosa que sería un error total -- o que por razones de imbatible timidez, podemos reconocer que esa vinculación fiera a su vocación poética, lo hace tierno, sensible y muy humano. En cad una de nuestras conversaciones, en las que aporta inteligencia, información e imaginación, Quesada resalta su enorme vocación de ser humano, interesado en el encuentro fraternocon las ideas y consideraciones de los demás. No es que sea débil para defender lo suyo; es que está interesado en el respeto de la opinión del otro en la que siempre encuentra motivopara la interrogación y la duda, como es natural. Pero no pontífica: ni trata de establecer reglas. Deja que eso lo hagan otros; y mas bien escoge el caminode la amistad en donde lo único que hay es oportunidad para el intercambio y el crecimiento mutuo.
Igualmente, es en esta vocación poética anclada en un profundo humanismo, en donde se encuentran las motivaciones más profundas de su poesía. Renunciando a la estridencia de los adjetivos y abandonando los secretos engaños de la ralidad, prefiere una poesía formalmente sencilla; pero tremendamente incentivadora para la reflexión personal. El interiorismo que practica Quesada, no es una pose en Quesada, sino que una clara expresión de una necesidad existencial de los motivos de un ser humano que quiere encontrar con el otro, aproximándose desde su realidad primera con los objetos y las cosas con que se relacionan los primeros. Así la casa vacía, el polvo de las estancias o los infinitos recuerdos de la infancia, no son más que excusas para mostrar sensibilidad del poeta que se duele, frente a los excesos del materialismo de nuestras vidas, de la poca oportunidad del amor, el respeto a la sensibilidad del otro, al curso irremediable de las vocaciones o la belleza de la flor irrepetible, amenazada por los que quieren limpiar el parque u ordenar todos los espacios vacíos.
Pero esta sencillez en la expresión interna no es ni debe ser considerada como facilismo literario. Es más bien, la impronta de una conducta sensible y una forma de expresar su plan de vincular la interioridad sicológica del hombre, con su presente material y sus recuerdos. Porque el poeta, que conoce su oficio, sabe que por este camino el logra los fines de la poesía: consigue estremecer al lector. Es en esta capacidad para estremecer al lector en donde el poeta Quesada ratifica sus habilidades y su fuerza. Las palabras de Quesada se quedan, flotando en la conciencia, buscando acomodarse con otras o reviviendo los propios dormidos recuerdos. Consigue en una palabra, sacar al hombre de su reducida naturaleza material, para volverlo sobre sí mismo, en el declarado propósito de obligarlo a encararse consigo mismo y con su circunstancia.
De allí la trascendencia de los ecos de su poesía. Y su articulación feliz con un tiempo histórico en que los hondureños, todavía refugiados en el asombro de una realidad que todavía amenaza su existencia, requieren de la palabra limpia, la oración fraterna para reconciliarse con sus propios temores, ansiedades e ilusiones.
Por eso es que esta poesía humana, dulce y encantadora, perdurará. Acompañará al hombre de nuestros tiempos en sus indagaciones filosóficas, le ayudará a entender al mundo y a entenderse a sí mismo. A decubrir que tiene, pese a sus flaquezas y debilidades, grandes cosas que hacer todavía. Y esa es la razón también por que Honduras asegura en la palabra poética de Quesada, un lugar en la poesía mundial y le aporta una oportunidad a los intelectuales hodureños para ratificar su inevitable contemporaneidad cultural de todos los hombres sobre la tierra.
©18 Conejo, No. 92, setiembre - octubre de 1997.